jueves, 5 de marzo de 2015

Frozen, de Jennifer Lee y Chris Buck


Frozen es una película con valores. Esto podría parecer una obviedad siendo una película de Disney, pero comparar los valores de esta película con, por ejemplo, El Rey León es como comparar la obra de Cecilia Giménez Zueco con la del tío que dirige la obra de la Sagrada Familia. Me sorprendería bastante poco descubrir que esta reescritura y mejora del cuento cristiano y nacionalista danés La reina de las nieves ha salido de un coworking de los mejores intelectuales letizios.

Hay gente que se quejará de que la película no es sino un videoclip bastante aburrido. Habrá quien diga que, de tan sosa que quedaba y de tan poca mercadotecnia que iban a vender con la película, acabó con 3 alivios cómicos (reno, hombre de nieve y los ya obligatorios ewoks sin componente dramático o peso en la historia, en este caso llamados minions trolls). Habrá incluso quien diga que los personajes son superficiales y la historia no tiene ni pies ni cabeza (¿Por qué lleva un cargamento de decenas de miles de mantas la delegación diplomática del país de los señores del sur vestidos de prusianos?¿Por qué a Elsa no le cuesta un cagarro congelar un fiordo pero se desgañita para empujar a un señor de 90kg?), pero esa gente es evidente que no tiene ni idea. 

Frozen nos presenta, por fin, una verdadera justificación de la monarquía. La mayoría de historias, sean o no de Disney, nos presentan la monarquía como algo establecido, una de esas verdades autoevidentes de las que te hablan en el instituto y de las que por ahora sólo me he encontrado una en la vida: Aguanto en un trabajo de mierda porque necesito el dinero. En el rey león se nos presenta a Simba como hijo del rey y por tanto necesariamente rey. Algo similar aunque más acertado pasa con Ariel (la sirenita), ya que es la hija de un señor con un objeto ceremonial que tira rayos. Una primera explicación de lo necesario para ser reina se encuentra en la Cenicienta, donde un príncipe se encapricha de una presentadora de televisión y decide adoptarla como concubina y otorgarle un sueldo público a cambio de follar con él con fines reproductivos. No, espera, me he liado. Bueno, da igual. 
En Frozen se produce un salto cualitativo: tenemos una monarca absoluta con poderes sobrenaturales que evidentemente la convierten en un ser por encima del común de los mortales, como Magneto. No sólo puede crear fortalezas en Marte y cambiar su aspecto físico para hacerse más atractiva sexualmente sino que tiene un poder casi ilimitado: puede crear vida, argumento que justificaba vía cosechas fecundas las primeras monarquías, pero también puede reducir la temperatura de los sistemas que la rodean para contener su entropía, justo el argumento que dio el filósofo y ciudadano Luis Cuñaricano para defender las monarquías modernas. Encontramos, pues, en Frozen, una justificación de la monarquía que conjuga la modernidad con tradiciones que precedena la Historia.

No se queda ahí la cosa, claro. Uno de los dos príncipes de la película, el Príncipe Emprendedor, es un personaje que se fue de niño a provincias (movilidad interna, bonus de +1/+1 a cualquier carta emprendedora) para ser criado por una Familia No Equivocada™: unos chamanes bajitos con muy buenas relaciones con la casa real (bonus: roba X cartas, si no son las que quieres déjalas donde quieras del mazo y vuelve a robar X cartas. Puedes usar este efecto tantas veces quieras) y no sólo encontró un trabajo sino que, a pesar de no estar muy bien remunerado, le permite hacer el networking adecuado. Para poner la coa en situación, el príncipe emprendedor tiene una PYME de venta de hielo a todas luces no demasiado rentable. Un buen día, y gracias a la relación que traba con la infanta Ana en un resort suizo, ayuda a la reina con los problemas de salud de la primera –con la inestimable colaboración de su Familia No Equivocada™. Esto le vale para que, a pesar de que al final de la película su negocio queda obsoleto gracias a la gélida magnificencia de los poderes reales, se le permita mudarse a la capital se le otorgue BOE mediante una subvención y el monopolio sobre el mercado del hielo. 


Emprendedor rubio y empresario de BOE en mediático romance con la infanta/princesa.
No recuerdo ya si al príncipe emprendedor también le dan la Medalla de Oro al Mérito del Trabajo (así, todo en mayúsculas) como hicieron con ese honrado y legítimo hombre de negocios conocido como Máximo Cuñado. Un hombre que también hizo negocios en la periferia del imperio (en Irak, en concreto, a través de Cunado (sic) Internacional) y que gracias a su valía, sus favores y su networking ha sido reconocido como merece.

En caso de que hiciesen Frozen II, estaría bien que continuasen con la historia del Príncipe Emprendedor emulando esta vez a la ciudadana Elisa Moqueta de la Nuez. Podría empezar la película como carguito en RED.ES (perdón, RED.FRO) y al dejar libre el sillón empezase a ganar contratos a través de su empresa iClaves S.L. con el ente público para el que trabajaba mientras desde un blog de Gente Ilustre e Ilustrada™ se dedica a explicarnos qué es la meritocracia y a dar premios desde sus fundaciones.

Volviendo a los valores eternos de Frozen, el más inmediatamente reconocible como Valor en mayúsculas es el juancarlismo. Un grupo de origen extranjero –del sur, probablemente griegos vestidos de prusiano- comienza a verter críticas sobre la reina para intentar sabotear sus legítimos derechos dinásticos: no se contentan con decir que el poder que le confiere el gen X para detener las fuerzas entrópicas –atacando y socavando los principios de la anarquía termodinámica- es una maldición sin aportar ni datos, ni gráficas, ni regresiones ni nada; pretenden que el hecho de que la reina haya matado a su hermana la inhabilite para reinar ¿Habrase visto semejante estupidez? Esos extranjeros, seguramente masones, carlistas o judíos, traen consigo -además de comida y mantas para ayudar a la población que está muriendo por culpa de los poderes desatados de la reina- ideas totalmente descabelladas. Menos mal que al final el sentido común prevalece. 
Se podría hablar de más cosas, como de la transversalidad de los valores usados en esta película, como anteponer la familia y la redención del nombre de la familia a los intereses propios que tan buena acogida de taquilla y merchandising le han dado tanto en Asia como en entornos cristianos al maquillarlos con excelentes campañas de márketing. También se podría hablar de cómo la reina al final lo es porque logra cambiar la opinión de sus súbditos -la centralidad del tablero político- en vez de hacer el ridículo defendiendo lo indefendible al intentar encontrar dicho centro, pero eso ya es otra historia.

En definitiva, una maravilla de visionado obligatorio en toda clase de filosofía y ética, y de revisionado obligatorio si se ha de estudiar la Transición.

Fuente

Ficha Técnica:
Título: Frozen
Año: 2013
Director: Prefiero no saberlo
Sinopsis: Documental sobre la España contemporánea que disecciona de manera concienzuda y sistemática la idiosincrasia nacional a través de las historias ficticias de la reina por un lado y de su hermana y el (los) amante(s) de esta por el otro.
Nota para profes de instituto: También puede servir para discutir sobre feminismo junto con otros clásicos del cine feminista como Buffy the Vampire Layer o Weapons of Ass Destruction.