domingo, 22 de diciembre de 2013

Todo lo que era sólido, de Antonio Muñoz Molina

Imagina que llegas a casa tras un duro día de trabajo como [respuesta múltiple: becario/precario/falso autónomo/currito sin contrato/creativo freelance/otras] y al abrir la puerta te da una bofetada el tufo a cigarro puro. Hay un par de colillas de purito tirada en la entrada. Un señor con pantuflas, pijama de franela a cuadros y una copa de balón con un gintónic te mira condescendiente a través de unas gafas de concha. Antes de que puedas decir nada, el hombre te está regañando, insistiendo en que no tienes ni puta idea de nada. Él es un tío humilde, no como tú, y ha desayunado con Felipe González y almorzado con Garzón en Niuyork y tú no. Él sabe lo que es luchar por sus derechos y por salir adelante en la vida a pesar de las trabas que le ha puesto el sistema y de no haber tenido nunca la posibilidad de ascender de administrativo de un ayuntamiento a director de instituto, no como tú que lo tienes todo hecho. Él sabe que todo va mal porque te creíste rico y comías chorizo de marca en vez de pasta hervida con queso del más barato como único sustento. Se acaba el gintónic de un trago, te da dos collejas condescendientes y se va de tu casa repitiendo una y otra vez “no tienes ni puta idea, yo sí”.
 
Ese hombre, claro, es Antonio Muñoz Molina, y esa situación es una de tantas que puede venir a tu mente cada vez que pases una página de su JRAN OVRA del pensamiento universal: Todo lo que era sólido.

Yo nunca había leído nada de Muñoz Molina antes, así que como dicen en La Página Definitiva de su mujer, suponía que tenía que ser un genio. Un superdotado de las letras ¡Si es hasta académico, compartiendo tal honor con Luis María Ansón o Juan Luís Cebrían! Hasta que, claro, conminado por un improvisado grupo de lectura al mando de Nayermaster y acompañado por el camarada Kanciller, tuve que respirar hondo y dejarme maravillar. Ya la entradilla del libro es una oda a la modestia y la sensibilidad, pues la entradilla reza que nos encontraremos con “Un ensayo directo y apasionado, una reflexión narrativa y testimonial, al más puro estilo de los ensayos de George Orwell o de Virginia Woolf” Ya en esa es la primera frase del libro, que quiero creer que en un arranque de sinceridad y modestia haya escrito el propio autor, ya hacía que una lagrimilla se me resbalase por la mejilla. “Antonio Muñoz Molina escribe esgrimiendo razón y respeto, sin eludir verdades por amargas que esas sean, porque saber es el único camino para cambiar las cosas” “Una invitación a un debate imprescindible

Muñoz Molina haciendo la revolución (fuente)
 

Y esto sólo es el párrafo de la solapa. Escalofríos en previsión del gozo me recorrían de pies a cabeza.
Nada más entrar en farina, llega la primera sorpresa: Esto está escrito en plural mayestático. En plural mayestático y pretérito perfecto. Todo ha pasado ya, circulen y no hay nada que ver. En el segundo párrafo ya apunta maneras con una cuñalada clásica de barra de bar: “El lenguaje de los economistas, que se ven a sí mismos como científicos” Tras esto me lo imagino diciendo por primera, pero no por última vez “no tenéis ni puta idea”. Esa misma idea la repetirá más veces, como por ejemplo en el capítulo 8, que empieza con un “No eran expertos en economía sino en brujería

El segundo capítulo empieza explicando el por qué del plural mayestático: “Es el ahora mismo cuando suceden las cosas y es uno mismo y no otro quien las experimenta. Y la primera persona del plural es muy conflictiva en España. El nuestro es un nosotros fraccionado que nunca abarca la extensión completa de la ciudadanía legal y que suele definirse a golpes de tajante negación” Supongo que eso es una explicación, vaya. Tras esto, se pone a decir que en España somos cainitas y nos odiamos mucho, y que aunque éramos ricos también nos odiábamos más. Supongo que tras eso escribió el guión para un par de anuncios de Campofrío. Una vez ha dejado claro que en España nos odiamos mucho, empieza el siguiente capítulo –pues si una cosa buena tiene el libro es que los capítulos tienen la longitud ideal para poder leer uno o dos mientras se caga- entrando en farina: Nos la hemos pegado porque en España nos mola demasiado hablar de la guerra civil. Y eso tiene mucho que ver con lo que ahora pasa en España. O no, qué más da, él ha venido aquí a hablar de su otro libro sobre la guerra civil. Eso sí, como él es un tío neutral y ve que si se escora demasiado a un lado a lo mejor le quitan la mamandurria los del otro, escribe con su pluma equidistaní de contemporizar. Así, en el mismo capítulo 3 (y esto tiene más de 100 capítulos), equipara las acusaciones de que el PSOE colaborase con ETA para provocar los atentados del 11M con el asesinato de García Lorca.

“La derecha y sus portavoces voluntarios o asalariados aseguraban que el gobierno socialista manipulaba a los jueces y a la policía y utilizaba a los servicios secretos para atribuir los atentados del 11 de marzo de 2004 a una célula islamista y proteger a los verdaderos autores, los terroristas de ETA, aliados con los socialistas en una conspiración para robar las elecciones a sus ganadores legítimos; para la izquierda, en el PP estaban agazapados los mismos que habían matado en 1936 a Federico García Lorca” 
Algo tan lúcido sólo puede escribirse con el sombrero de pensar puesto.

Una de las cosas buenas del libro es que nos vamos a encontrar con cambios de tema sin motivo aparente de un capítulo a otro, así que en vez de un relato coherente nos encontramos con un señor que mientras se bebe un solisombra en la barra del bar y mordisquea un palillo nos cuenta anécdotas incoherentes en un perfecto plural mayestático y es más difícil aburrirse mortalmente. Por ejemplo, el cuarto capítulo empieza con otra perla digna del duty free de un aeropuerto del golfo pérsico sin relación con lo anterior: “Algo que cuesta recordar de ese pasado de hace tan poco tiempo es la obsesión que había en él por el pasado. Ahora nos damos cuenta de que había una especie de velo que impedía ver la realidad inmediata y presente

Muñoz Molina haciendo la revolución en la boda del Príncipe
Fuente: Elpais.com

Al parecer, hasta 2007, no había nadie en toda España que viviese al día y el término mileurista, ahora utópico, se inventó para describir lo que costaban los paquetes de puros habanos que todo el mundo compraba al menos una vez cada quince días para celebrar o llorar guerras del pasado. Claro que en todo el libro no se nombran ni las ETTs ni el mileurismo, porque en ese momento a nadie le preocupaban ni esas cosas ni el no poder comprar o alquilar una choza medio decente, la media de edad al independizarse del hogar familiar no era de las más altas del planeta Tierra y parte de la vía láctea y los contratos laborales o la ausencia de los mismos no era lo habitual. La actividad predilecta de los españoles antes de la crisis era jugar al backgammon mientras charlaban sobre Schopenhauer y el asesinato de Lorca y, sobre todo, danzar alrededor de hogueras para que cayesen euros del cielo como maná. Él mismo lo dice en el mismo párrafo “El dinero que llega no se sabe bien de dónde y se multiplica sin aparente esfuerzo y está disponible para ser gastado sin límite y por más que se gaste nunca se acaba, produce el efecto euforizante de la cocaína” Recuerdo bien aquella época, me construí un lanzapatatas pero lo usaba para lanzar pelotillas hechas con billetes de 50 desde el balcón. Ah, los viejos tiempos en los que trabajaba de camarero sin contrato me rascaba el ombligo y en vez de pelusilla me brotaba miel. No, esperad, esa es otra historia y este no es el mejor sitio para contarla.

El libro continúa con anécdotas de su modesta y sensible vida en Nueva York: cómo vivió la caída de Lehman Brothers que estaba justito ahí al lado de donde él tenía la boca del metro para ir a trabajar, de cómo conoció a Enrique Bañuelos (el concept manager y entepreneur que creó Astroc, sinónimo de hostiazo empresarial, el mismo que propuso hacer el Cataloniavegas) y de cómo supo que ese hombre no llegaría a nada porque tenía menos clase que él y el muy palurdo quiso hacer una paella en Niuyork; nos cuenta cómo se entrevistó con un “chileno, y muy católico” que “se complacía con cierta lentitud, propia de quien lleva sobre los hombros responsabilidades muy graves” para mendigarle pasta y se regodea de que su empresa (Merrill Lynch) quebrase y de no entender el valor del dinero “el directivo de Merrill Lynch al mismo tiempo desplegaba ante mí la evidencia de su poder hablando de millones de dólares y eludía un compromiso que no le habría costado más que unas decenas de miles, calderilla” y, muy importante, cuenta cómo en esa reunión le entraron ganas de mear. Supongo que eso pretendía ser un alivio cómico o el único momento autoparódico voluntario del libro, que de autoparodia involuntaria va bien servido. Cuenta más tarde su encuentro con ZP. Él ya sabía que ese hombre no era trigo limpio, pero si te dan un puesto de mamandurria pues te callas y punto. Resulta fascinante cómo intenta dar una visión de presciencia con frases como “las columnas pintadas de color crema de los salones de la Moncloa perdían gran parte de su efecto cuando se comprobaba al tacto que estaban tan huecas como columnas de un decorado”, “en la omnipresencia de Miró debía de haber algo como una declaración de principios” (no sé, ¿Qué a ZP le gustaba Miró?), “El café con leche estaba tibio y era mediocre. Intercambiábamos las vaguedades propias de esa clase de encuentros” Os recordaré lo que ponía en la entradilla del libro: “Un ensayo directo y apasionado, una reflexión narrativa y testimonial, al más puro estilo de los ensayos de George Orwell o de Virginia Woolf”. “El café con leche estaba tibio y era mediocre. Intercambiábamos las vaguedades propias de esa clase de encuentros”.

Hablando de las elecciones de 2008, aquellas en las que las burlas y quejas a Zapatero por no atreverse a decir la palabra crisis eran constantes, el hombre dice que “Donde aún no pasaba nada era en España. Ni cuando empezaron a quebrar bancos en EEUU, ni cuando Islandia y luego Irlanda pasaron de la riqueza a la bancarrota. Ahora cuesta aceptar que sólo hayan transcurrido cuatro años desde 2008, cuando Rodríguez Zapatero ganó por segunda vez y sin mucho esfuerzo las elecciones generales” Que yo recuerde, en 2008 ya empezábamos a tener un paro preocupante, mucha gente empezaba a estar cabreada, el PSOE no ganó precisamente “sin esfuerzo” y si ganó fue porque enfrente tenían a un PP que seguía insistiendo en que, entre otras cosas, el 11M fue cosa de una conspiración progretarra pagada con el oro de Moscú.

Otro de los ejes del libro es el de La Casta Política© chupando del bote. Casta a la que él, claro, no pertenece, porque él sólo es un humilde administrativo del ayuntamiento de Úbeda que soñaba con ser profesor de instituto y se tuvo que conformar con puestos a dedo en sitios tan duros como Nueva York y cobrando una miseria, o eso dice. Claro, como no aprobaron lo de la carrera profesional para pasar de un cuerpo general en un ayuntamiento a un cuerpo especial en una comunidad autónoma para un puesto que requiere capacidades totalmente distintas, el pobre hombre ha tenido que aceptar puestos como la u minúscula, premios a dedo de ministerios y agencias varias o ser el jefazo del Instituto Cervantes de Niu Yoooork. Lo que se dice un mártir, vaya. Él mismo cuenta tan desgarradora experiencia traumática con la carrera profesional del funcionariado

Ha pasado tanto tiempo que nadie recordará ya que en los programas electorales de entonces una de las promesas que solía hacerse era la de algo llamado “la carrera administrativa”: un funcionario no tendría por qué quedarse toda la vida anclado en el mismo puesto, sin más expectativa de mejora que la lenta acumulación de trienios. Si cumplía eficazmente, si continuaba formándose, si adquiría nuevas capacidades, podría ascender y mejorar su sueldo mediante pruebas de competencia objetivas.
 Durante unos cuantos años yo mismo viví con esa ilusión. En 1982 gané una oposición a auxiliar administrativo [en el ayuntamiento de Úbeda]. El trabajo que yo habría querido era el de profesor de instituto, pero se trataba de una aspiración estadísticamente inalcanzable: cada año salían a oposición no más de unas decenas de plazas para mi especialidad de Historia del Arte, y se presentaban millares de candidatos”. 

Es decir, el hombre lo que quería era meterse a administrativo porque la oposición a profe es muy dura, y que por arte de birlibirloque le reconozcan su valía y le asciendan a capitán general del ejército de tierra. O algo, no sé. Pero la culpa, claro, es de los políticos, porque, por ejemplo, “había dinero para que alcaldes y concejales tuvieran sueldos que no habían existido nunca”, “Eran tantos que ya no cabían en los viejos edificios, de modo que había que comprar o alquilar otros nuevos, y que inventar nuevos organismos y nuevos nombres y siglas mucho más complicadas.” A veces resulta enternecedor, la verdad, como cuando dice “Pero mejores remuneraciones con mucha menos exposición pública empezaron a recibir los gerentes y directivos de las empresas o agencias que a partir de 1983 o 1984 se multiplicaban ya por la periferia de las administraciones” pero ni se le pasa por la cabeza incluir al Instituto Cervantes en esa categoría. Porque no es una agencia en la periferia de las administraciones, con cargos elegidos a dedo, con poco control y sueldos respetables. No. El ejemplo que se le viene a la cabeza, claro es “el de los canales autóctonos (sic) de televisión destinados con plena desvergüenza y despilfarro sin límite a la propaganda sectaria y a la exaltación de la más baja vulgaridad transmutada en orgullo colectivo”. O mejor todavía, el ejemplo de un camarada administrativo: “He visto a un administrativo entrar de concejal en 1979 y sin haber adquirido ninguna cualificación aparte de la maniobra política llegar diez o doce años después a presidente de una de esas cajas de ahorros que nos han llevado a la quiebra” Una frase que, cambiándola un poco, nos daría algo tal que “He visto a un administrativo conocer a las personas adecuadas desde 1979 y sin haber adquirido ninguna cualificación aparte de la maniobra política llegar diez o doce años después a director de esos Institutos Cervantes que desperdiciaban el dinero en saraos para los ya conversos”

Un hombre del pueblo (fuente)

De hecho, a veces parece añorar otros tiempos más simples, con ONVRES de verdad y con autoridad. “Habría sido necesario construir una nueva legalidad democrática: lo que hicieron fue sustituir la antigua por la potestad de ejercer incontroladamente el albedrío político”. Porque ya sabemos que con Franco el albedrío del trepa de turno no influía para nada, ni conocer a un capitán de la Guardia Civil, ni tener conexiones en el ministerio. En aquella época España estaba bañada en la cálida luz de la meritocracia nórdica.

Como añadido, la democracia también destruyó el sistema cultural y basado en el talento, la inversión privada y el esfuerzo que con tesón levantó el franquismo. En palabras de Manolito Gafotas, antaño encargado de cultura de de Úbeda y organizador de saraos en el Instituto Cervantes: “Las actuaciones musicales que en otra época organizaban empresarios particulares con la digna intención de obtener un margen de beneficio ahora la programaban (…) los ayuntamientos. (…) El efecto inmediato fue doble: sin la cautela de la inversión privada y el cálculo de riesgos, el precio (…de los…) espectáculos se multiplicó exponencialmente. (…) Ningún empresario podía competir ya con instituciones públicas que pagaban cualquier precio que les solicitaran y que además no cobraban entradas.” Porque claro, no se han escrito decenas de artículos sobre la burbuja de los festivales en España, la mayoría organizados por promotores privados.

Por otra parte, la acerada pluma de Molina encuentra otro gran estamento beneficiado por la crisis: Los músicos que van en furgoneta de pueblo en pueblo tocando en las fiestas patronales, que han vivido claramente por encima de sus posibilidades (y supongo que deberían de haber ido en mula) “De un año a otro cuadruplicaban o quintiplicaban sus cachés, y además no tenían que preocuparse de la incertidumbre de llenar o no llenar un recinto de feria o una plaza de toros (...) en España durante muchos años nadie (sic) parece haberse preguntado de dónde salía el dinero que gastaban tan a manos llenas las instituciones” El latrocinio perpetrado por esos músicos de la Orquesta Maestra cantando A quién le importa con dos botellines entre los pies a las 4 de la mañana mientras el pueblo entero se convulsiona a ritmo de calimocho a cambio de 500 euros para toda la tropa ha sido escandaloso. Infame. Menos mal que George Orwell Manolito Gafotas está aquí para denunciarlo.

El libro continúa y continúa, cargando contra esos nacionalismos periféricos que quieren llevárselo todo para ellos pero sin responsabilidades y se regodean en sus lenguas marginales, contra la inexistencia de la carrera profesional de los funcionarios, contra la casta chupóptera a la que él no pertenece, contra la plácida y pacífica transición que salió mal por culpa de los políticos con lo fácil que habría sido todo hacer las cosas bien, contra la guerra civil, la inexistencia de la carrera profesional de los funcionarios, contra los jóvenes que no saben y no han corrido delante de los grises aunque lo que hace su hijo de acampar en Sol es cojonudo, contra la inexistencia de la carrera profesional de los funcionarios, contra el haber vivido por encima de nuestras posibilidades, contra los nacionalistas periféricos que promocionaban cosas en Nueva York, los nuevos estatutos de autonomía… ya se sabe. Todas esas cosas. Ni una mención, claro, a que en 2005 el 90% de los jóvenes entre 16 y 35 años tenía un contrato temporal y el 53% de los parados tenía menos de 35 años, a la precariedad, al trabajo temporal, a sistemas institucionales viciados… No, el problema, entre otras cosas, es que la gente se quejaba porque “si siente que le falta algo la razón está clara: es que se lo han quitado los opresores, España, o esa entidad tentacular y mesetaria a la que llaman Madrid

Como comentario estilístico al libro, me limitaré a hacer dos citas largas de dos capítulos distintos:

"Leyendo el New Yorker o el New York Times descubrí una escritura en la que la precisión expresiva era el equivalente del respeto estricto por los hechos, de la necesidad de comprobar al máximo la veracidad de cada cosa que se decía.

Me acordaba de algo que había leído en Ortega y Gasset y que en su momento me había impresionado: “o se hace literatura o se hace precisión o se calla uno”. En aquellas soledades lectoras de Charlottesville me di cuenta por primera vez de que aquella disyuntiva era falsa. Podía hacerse literatura haciendo precisión. Había formas de literatura en las cuales la precisión era el valor máximo(…) Sólo ahora empezaba a intuir la posibilidad de una escritura mucho más seca, sin las ondulaciones que facilita tanto la sintaxis del español, una escritura afilada y no complacida en sí misma, que podría servir para comprender el mundo, no para llenarlo de bruma, que podría fijarse en las cosas para aclararlas como aquellas lentes de los primeros microscopios y telescopios que empezaron a ser pulidas en Ámsterdam en el siglo XVII. Hacer el esfuerzo, como dice Orwell, de ver con claridad lo que tiene uno delante de los ojos, in front of one’s nose” 
Si esos ornatos innecesarios del final no son autoparódicos, cosa que no descarto, haré otra cita de su relato de la Exposición Universal de Sevilla de 1992:

“Vi la Expo del 92 el día de su clausura. Era la primera vez que mi novia y yo viajábamos en el tren de alta velocidad. Íbamos a Sevilla porque me habían invitado a formar parte del consejo asesor del Instituto Cervantes, que acababa de fundarse (un nombramiento que carecía de remuneración, pero también de sustancia). ME compré unos zapatos negros y una corbata. El AVE iba lleno de autoridades, de políticos y de diplomáticos latinoamericanos. Al bajar de la habitación del hotel para la comida nos separaron sin miramiento a mi novia y a mí porque según los funcionarios de protocolo que pastoreaban en el vestíbulo a los invitados los caballeros y las señoras tenían que ir por caminos distintos [¿os habéis dormido ya?¿no? Vale, sigo] En la sesión del patronato, alrededor de una mesa enorme presidida por el Rey (sic), académicos y dignatarios latinoamericanos en fases diversas de decrepitud tomaron la palabra agotadoramente para cantar las excelencias del español.
El relato del evento sigue entre pompa, boato y artificios estéticos durante unas cuantas páginas más. No tengo nada más que añadir en el capítulo estético, señoría.

Como dice el propio u minúscula, la receta para salir de esta está clara “Llamar al pan, pan y al vino, vino. No tener miedo de defraudar o de irritar a los que reclaman de nosotros la confirmación de sus prejuicios. Cancelar la indulgencia española hacia la vaguedad biensonante. Comprobar lo hechos. Examinar los actos.” Y él mismo da un ejemplo de cómo se han hecho las cosas con miopía, con palabras altisonantes, con prejuicios y sesgos de confirmación y buscando no irritar a quien te va a dar un premio a dedo: Todo lo que era sólido.


Ficha técnica:
Título: Todo lo que era sólido.
Autor: Tu cuñao el concejal.
Género: Ensayo autoparódico involuntario.
Páginas: No las he contado pero se me ha hecho eterno.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Resurrección

Este bloj retomará su actividad habitual (léase esporádica) en cuestión de pocos días.

Estén atentos a sus pantallas.