domingo, 24 de febrero de 2013

Ami, el niño de las estrellas; de Enrique Barrios.

Amy, la niña de la farlopa


Basura. Esa cosa es basura. No me atrevo ni a llamar a ese petardo infumable libro, como mucho concedo llamarlo “Árboles muertos desperdiciados”. Claro que eso me pasa por no saber suficiente ufología y por tener curiosidad por la literatura infantil. Y mi pecado de ignorancia, desde luego, ha tenido su justa penitencia multiplicada por un número de no menos de siete cifras positivas y mayores que cero en sistema hexadecimal.


¡Ay! Iluso de mí creía que encontraría ciencia ficción para críos, y sólo me topé con magufería histérica de la peor. Y ojo, no digo que las historias delirantes seas mala, ni critico que una novela pueda asumir que la homeopatía otorgue superpoderes como premisa para desarrollar la historia. Al fin y al cabo eso son la ciencia ficción y la fantasía: crear historias partiendo de premisas irreales, del ¿Y si…?. El problema es que aquí no hay de eso, en Ami, el cretino estelar lo que hay es un tarado intentando hacer proselitismo de chorradas que cientos de sectas han intentado endilgar a trisonómicos, gente con depresión y sin autoestima. Pero lo peor no es ése proselitismo barato empotrado a martillazos en una prosa ortopédica y una historia inane, es intentar hacer proselitismo disfrazando la cosa de literatura infantil.


Básicamente el engendro va de un niño que tiene un “encuentro en la tercera fase” con un alien que también parece un crío, un crío con hidrocefalia para más señas, y le empieza a contar a su nuevo amiguito Homo Sapiens Sapiens que se avecina la Era de Acuario, que hay gente santa que es mejor que él y que hay sistemas que te permiten saber tu nivel de santidad en base a cuán abierta tengas la mente a gilipolleces new age varias. Después mete al pobre chaval en la nave y le suelta discursos varios que van lavándole poco a poco el cerebro y llenándoselo de excrementos metafísicos infumables sobre lo que está bien y lo que no, sobre lo poco que saben los adultos que no llevan togas de colorines y sobre la necesidad de hacer caso a todo vendehúmos que llame a su puerta intentando captarle para una secta, porque sus padres no saben nada y si les cuenta que le ha dado todo su dinero a un curandero probablemente se enfadarán sin motivo. La traca final de semejante despropósito viene cuando el marciano insidioso pasea con su ovni al niño primero por el planeta Tierra, dejándole ver que hay mucha pobreza pero también pobres felices que mueren entre retortijones agoniosos provocados por gusanos en el estómago (eso no lo dicen, pero me da igual) y son más santos que él. Después decide pasearlo por otros planetas “más avanzados” donde la gente es más rubia y no necesita ni comer porque hace la fotosíntesis y tienen nivel védico que sólo un par de chamanes, Buda, Jesucristo y el herborista de tu barrio han alcanzado en la tierra. Es más, hay otros que son seres de luz, que saben todo lo que hay que saber, pero que a esos no se les puede ver porque son mejores y hay que darles todo tu dinero respetarlos y venerarlos porque son lo más parecido al Dios de los cristianos que existe.

Al final el crío se supone que vuelve feliz a casa, pero yo creo que cualquier niño normal tras tantas toneladas de caca mental se suicidará de la forma más dolorosa que su tierna cabecita infantil pudiere encontrar.

Esta reseña básicamente la he hecho para intentar evitar que semejante bazofia pueda caer en manos de algún lector despistado o, peor, en manos de un padre confiado que no sepa la gran hez que le están vendiendo como libro infantil y torture a su hijo con semejante cagarro, haciendo que pierda por siempre la afición por la lectura. Preferiría mil veces que mi hipotética descendencia recitase de memoria fragmentos de Crepúsculo, la verdad. Esta plasta debería estar en la lista negra para padres que no quieran que sus hijos les odien por siempre o se dediquen los días de luna llena a limpiar y pulir piedras brillantes que le compraron a precio de diamantes a un tipo descalzo vestido sólo con una túnica de cáñamo los.

Tras esta bosta y Babylon Babies, he decidido seguir los consejos de @nayermaster y si un libro no me gusta dejarlo a mitad, algo que hasta hace poco me parecía poco menos que sacrílego.

domingo, 17 de febrero de 2013

El Secreto de mi Éxito, de Jaime Rubio Hancock


El Secreto de mi Éxito cuenta la historia de un oficinista normal que trabaja en una empresa que nadie sabe a qué se dedica que, tras las reestructuraciones de la empresa acaba atrapado en la misma como único empleado que sigue sin saber en qué trabaja. Pero como sólo de trabajo no vive el hombre, su vida sentimental va en paralelo a su demencial situación profesional, siempre ayudado por su fiel escudero, amigo y representante del cuñadismo loco que sólo ve virtudes en el Luz de Gas (el equivalente en Valencia sería la Golden), uno de esos bares que podrían definirse como “la última oportunidad de los jubilados y desahuciados del hamor”

Esta segunda novela de Jaime Rubio es aproximadamente siete veces y media más sobria que La Decadencia del Ingenio. Esto no significa que no arranque alguna carcajada, sino que leerla dan ganas de llorar y cortarse las venas mientras se hackea los sistemas de defensa norcoreanos para que lleven a cabo la próxima prueba nuclear en el Luz de Gas. Sobre todo a mitad de novela lo del Luz de Gas, lo de llorar es más al terminarla. Significa también que, además de tener menos erratas, en general la trama está más hilvanada (supongo que también porque la historia de más de sí) y el descenso a los infiernos no es sólo profesional, personal o sentimental sino todo a la vez.

Es, como dicen los críticos de verdad, más adulta, sobre todo porque en vez de hablar de niños, esta historia va sobre adultos. En El Secreto de mi Éxito, el drama del desempleo acechante se convierte rápidamente en un drama similar al que debe de estar sufriendo el pobre Luis Bárcenas, atrapado en una oficina vacía presentando su dimisión ante comités que hace oídos sordos a sus llantos y a sus ansias de libertad, hablando con cucarachas gigantes y encerrándose en otros tiempos más felices. Habla también de amor, de vacaciones playeras, de amistad y de esa sensación contradictoria y culpable que da recoger una caca de perro caliente con una bolsa de plástico. Una historia de actualidad, con la crisis (y la Luz de Gas) como un personaje más, callado y acechante; con pufos varios que se mantenían a pesar de la incompetencia general estallando en mil pedazos, con cucarachas gigantes y, al menos en mi caso, con un fantasma que te recuerda que te podría estar pasando a ti. Y eso acojona bastante.

Se lee fácil y rápido, y sin necesidad de cadenas de doce adjetivos por sustantivo llega agobiar más por lo que dice que por cómo lo dice. Por pura precaución, no recomendaría a nadie en mitad de un ERE leerla. O quizás sí, no sé. Por si acaso, podéis haceros con ella en muchos formatos electrónicos y en papel aquí.