domingo, 3 de marzo de 2013

La Brèche, de Cristophe Lambert







En el año 2060 la telebasura ha llegado a su máximo esplendor y es una cuestión de estado. El desarrollo por parte del gobierno estadounidense de la máquina del tiempo acaba derivando en un programa de telerrealidad. En él, reporteros tan incompetentes como los de España Directo viajan al pasado para cubrir eventos como el suicidio de Marilin Monroe, entrevistando alcachofa en mano y en mitad de la noche a su psiquiatra. Pero como poco a poco el interés por la cosa decae, tienen la brillante idea de mandar a un equipo de reporteros a cubrir el desembarco de Normandía. Claro que ahí no pueden enviar a idiotas como los de “Las Mañanas de Villaberzas”, así que acaban enviando a un tipo duro, el equivalente futurista del Pérez Reverte corresponsal de guerra. Para que no la cague demasiado con el asunto histórico, junto a Pérez Reverte acaban enviando a un historiador demente de los que se dedica a disfrazarse de General Custer para hacer recreaciones históricas y se queja de que los malditos burócratas de Washington no le permitan utilizar fuego real en sus performances.


Con esas premisas no podía salir nada malo si lo que uno busca es entretenimiento, a no ser que el autor escriba rematadamente mal, y desde luego no es el caso. Claro que esto tampoco es Mi Tio Goriot ni nada parecido, pero nadie lo pretende. Christophe Lambert es, salvando las distancias, un Stephen King francófono, un artesano de la literatura más que un artista. Además, como sus libros son la mitad de gordos que los de King, saca el doble al año. También supongo que con un mercado potencial mucho más pequeño necesitas más volumen para tener unas ventas que le permitan comer, claro. En la humilde opinión de alguien que no tiene el francés como lengua materna, Lambert saca adelante la historia de manera bastante solvente y fácil de leer.

Al poco de llegar a Normandía, los dos periodistas se dan cuenta de que las cosas no van según lo previsto, y cuando menos se lo esperan… bueno, sólo hay que ver la portada del libro. Efectivamente: Robots gigantes nazis. A partir de ahí todo es delirio, explosiones, elucubraciones y acción. Y la verdad, entre tanto fuego artificial acaba importando un rábano que dos futuros distintos convivan a la vez mientras se desarrolla un pasado común (el gato no está ni muerto ni vivo hasta que abres la caja, supongo que pensó Lambert) o que la tecnología militar del régimen nazi del año 2060 sea idéntica a la tecnología de ese mismo año en nuestra realidad temporal. Y lo dicho, da exactamente igual porque aquí hemos venido a leer algo que rebose molonidad durante un rato y pasárnoslo bien, el equivalente escrito y en francés a ver una peli de La Jungla de Cristal o de Rambo.

Una historia de periodismo comprometido, con Pérez Reverte y su amigo historiador al final haciendo más de John Matrix que de informadores imparciales y demostrando al mundo que por más que los nazis tengan robots gigantes, sus pelotas son más duras que el adamantio y que pueden con eso y con más.

Aquí hemos venido a ver robots gigantes y cosas explotar. De hecho yo compré el libro porque en la portada sale un robot gigante. Y desde luego no me decepcionó: salen robots. Si alguien quiere hacer como que lee Nana en versión original en rústica mientras sorbe un café aguado en el Starbucks y deja que todo el mundo admire su sapiencia mientras echa miradas furtivas al MacBook Air que tiene sobre la mesa, pues genial, pero este no es esa clase de libro; esto es para leer metido en el Alsa o en un vuelo eterno de Ryanair para que el mal trago se pase rápido, sin dolor y entretenido. Y vive Dios que lo consigue.

Ah, y salen robots. Gigantes y nazis, para más señas.