domingo, 17 de febrero de 2013

El Secreto de mi Éxito, de Jaime Rubio Hancock


El Secreto de mi Éxito cuenta la historia de un oficinista normal que trabaja en una empresa que nadie sabe a qué se dedica que, tras las reestructuraciones de la empresa acaba atrapado en la misma como único empleado que sigue sin saber en qué trabaja. Pero como sólo de trabajo no vive el hombre, su vida sentimental va en paralelo a su demencial situación profesional, siempre ayudado por su fiel escudero, amigo y representante del cuñadismo loco que sólo ve virtudes en el Luz de Gas (el equivalente en Valencia sería la Golden), uno de esos bares que podrían definirse como “la última oportunidad de los jubilados y desahuciados del hamor”

Esta segunda novela de Jaime Rubio es aproximadamente siete veces y media más sobria que La Decadencia del Ingenio. Esto no significa que no arranque alguna carcajada, sino que leerla dan ganas de llorar y cortarse las venas mientras se hackea los sistemas de defensa norcoreanos para que lleven a cabo la próxima prueba nuclear en el Luz de Gas. Sobre todo a mitad de novela lo del Luz de Gas, lo de llorar es más al terminarla. Significa también que, además de tener menos erratas, en general la trama está más hilvanada (supongo que también porque la historia de más de sí) y el descenso a los infiernos no es sólo profesional, personal o sentimental sino todo a la vez.

Es, como dicen los críticos de verdad, más adulta, sobre todo porque en vez de hablar de niños, esta historia va sobre adultos. En El Secreto de mi Éxito, el drama del desempleo acechante se convierte rápidamente en un drama similar al que debe de estar sufriendo el pobre Luis Bárcenas, atrapado en una oficina vacía presentando su dimisión ante comités que hace oídos sordos a sus llantos y a sus ansias de libertad, hablando con cucarachas gigantes y encerrándose en otros tiempos más felices. Habla también de amor, de vacaciones playeras, de amistad y de esa sensación contradictoria y culpable que da recoger una caca de perro caliente con una bolsa de plástico. Una historia de actualidad, con la crisis (y la Luz de Gas) como un personaje más, callado y acechante; con pufos varios que se mantenían a pesar de la incompetencia general estallando en mil pedazos, con cucarachas gigantes y, al menos en mi caso, con un fantasma que te recuerda que te podría estar pasando a ti. Y eso acojona bastante.

Se lee fácil y rápido, y sin necesidad de cadenas de doce adjetivos por sustantivo llega agobiar más por lo que dice que por cómo lo dice. Por pura precaución, no recomendaría a nadie en mitad de un ERE leerla. O quizás sí, no sé. Por si acaso, podéis haceros con ella en muchos formatos electrónicos y en papel aquí.


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