sábado, 26 de mayo de 2012

Coraline, de Neil Gaiman



Coraline es un cuento infantil que funciona perfectamente como relato de terror ingenuo para los adultos. A pesar de ser el primer cuento infantil de Gaiman (o quizás por eso) se apartó de ese estilo clónico, moralizante y casi enfermizo que pulula hoy en día en las historias para niños del estilo Terabithia o Pobby y Dingan. En vez de plantear una historia de lágrima fácil y toneladas de eresespecialismo. En Coraline, Gainman asume desde el principio que el lector no es idiota perdido y que éste es capaz de suspender la realidad para entrar en un mundo distinto, que los personajes no han de ser necesariamente buenos buenísimos ni malos malísimos (aunque sí haya héroes y villanos) y que muchas veces uno hace lo que tiene que hacer no porque lo diga una ley moral suprema, sino porque cree que es lo conveniente.

La historia tiene mucho de Alicia en el País de las Maravillas, y a veces parece que Gaiman quiera hacer su versión de la misma: Un ratón llevando a Coraline a un mundo delirante donde los perros van al teatro a ver actuaciones de humanas mientras comen chocolate, donde los gatos hablan y tus padres tienen botones en vez de ojos... Pero quitando de este mundo patas arriba, no es este un viaje al estilo de American Gods sino un rescate en un mundo ajeno, más ajeno que el mundo de los dioses: Un mundo creado y regido por aquel a quien has de derrotar.

Un punto curioso del libro es su lenguaje. Además del esmero que hay en que cada palabra esté donde tiene que estar y sea la que tiene que ser, pues no en vano Gaiman escribió Coraline para sus hijas, es la textura que parece tener todo lo que se nos describe: no veremos ese aire de tebeo de Mortadelo que hay en El Pirata Garrapata, Ulrico o Fray Perico, sí hay como en El Superzorro o Matilda pero con colores mucho más desvahídos; es casi una cuento contado en blanco y negro con pedazos de color aquí y allá, si es que tal cosa es posible.

Una gran historia contada con palabras pequeñas. Así sí.