jueves, 10 de febrero de 2011

American Gods, de Neil Gaiman


Posiblemente la única novela de la historia que haya ganado más premios que palabras tiene, y eso que tiene muchas palabras ahí, todas puestas en sus páginas. En orden, eso sí, formando oraciones y esas cosas.

La verdad es que la idea de la historia es la típica que a más de uno se le ha ocurrido más de una vez, y la ha desechado porque seguro que no iba a funcionar, aunque no lo hace mal del todo: Los dioses existen en tanto en cuanto la gente los venere y les ofrezca sacrificios, ya sean en forma de devoción y tiempo, carneros muertos, hijos muertos… Y no sólo los dioses: Los héroes populares como Johnny Appleseed (lo que vendría a ser un señor que plantaba manzanos y le veneraban en los EEUU como a Belén Esteban en España, más o menos) también existen y pululan por ahí. Convenientemente, los dioses no antropomorfos pueden adoptar apariencia humana, lo que permite que el populacho no tenga en la mayoría de ocasiones conciencia de la existencia de los dioses.

Lo que es la historia en si se centra en Shadow, el personaje protagonista más bobo que he visto en mucho tiempo. Es un tipo muy grande y muy fuerte, bastante lento de entendederas (aunque, al parecer, buen jugador de damas), cornudo hasta la médula, utilizado por tirios y troyanos e incapaz de sacarse las castañas del fuego si no es por intervención divina o de señoras en descomposición. Mucho Deus Ex Machina y gente diciéndole lo que tiene que hacer, cual si fuese un RPG facilito al estilo Pokémon, Roadside Attractions por un tubo y, para los más pajeros de la casa, dos escenas donde podrán dar rienda suelta a alguna de sus parafilias. En el relato incluído en Fragile Things (Monarch of the Glen), aparte de descubrirse el nombre del protagonista, se repite la historia: Señores extraños contratan a hombre grande y fuerte como guardaespaldas, chico grande se da cuenta de que algo no funciona cuando también hay otros guardaespaldas armados con ametralladoras mucho más imponentes que él e interacción con los dioses y los mitos de la zona.

He de reconocer que la novela está muy bien narrada, al menos según los estándares que yo pueda tener en inglés, que tampoco son demasiado elevados, supongo. Se hace muy amena y pasas un muy buen rato, aunque en más de una ocasión te hace levantar una ceja y decir ¿Ya? Eso sí, los muy amantes de la cultura gringa se pueden frotar las manos y releer una y otra vez muchas partes del libro, pues casi parece un trasunto de antropología novelada.

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