viernes, 18 de junio de 2010

Libros Sangrientos, de Clive Barker

Si la situación de la literatura de ciencia ficción en el mercado español es minoritaria y casi testimonial, la de la novela de terror es un páramo en el que de tanto en tanto nos encontramos con un cactus para aplacar nuestra sed. Las novedades escasean y los editores españoles padecen una inquietante parálisis a la hora de apostar por nuevos valores literarios, sean nacionales o extranjeros. Las únicas obras que invariablemente se ponen a la venta en nuestro país son las de ciertos nombres consolidados, con Stephen King y Clive Barker a la cabeza. Resulta hasta cierto punto incomprensible que un éxito de ventas tan arrollador y constante como el de King y Barker no haya servido para abrir las puertas a otros escritores contemporáneos con mayor regularidad. Con suerte, de vez en cuando aparece alguna novedad firmada por Joe Hill (hijísimo de King) o de Poppy Z. Brite, pero parece ser que si hoy un lector español apetece de leer terror debe limitarse a la vertiente de paranormal romance (Crepúsculo, cuánto daño has hecho) o al ya agotador mundo zombificado.

Sin embargo, para aquellos que todavía no han tenido ningún contacto con el género de la novela horrífera, no hay mejor forma de empezar que con los brutalmente magníficos Libros Sangrientos de Clive Barker (cabe mencionar que según la edición, en España cambia el título a Libros de Sangre).

Los Libros Sangrientos son una recopilación de relatos de terror breves que Clive Barker publicó allá por 1984, cuando contaba con poco más de treinta años. En Inglaterra el éxito de los relatos fue moderado, no obstante cuando fueron publicados en Estados Unidos, explotaron como fenómeno literario. El responsable de semejante empujón fue, ni más ni meno que el mismísimo Stephen King, cuyas declaraciones se convirtieron en el mejor eslogan para Barker: “He visto el futuro del género de terror, y su nombre es Clive Barker”.

Bien, el futuro ya ha llegado y Libros Sangrientos sigue siendo la mejor obra de Clive Barker.

A lo largo de dieciséis relatos somos testigos del horror en sus más variadas expresiones: los miedos atávicos hechos carne, redefiniciones de la iconografía y los mitos clásicos, la sexualidad como arma y condena, las obsesiones más profundas, etc. Por lo general, los protagonistas de las historias no son los típicos ciudadanos normales envueltos en circunstancias desconocidas. En más de una ocasión son, precisamente, todo lo contrario a la gente normal, a la gente “inocente”. Son ellos los que, en cierto modo, buscan el mal.

Libros Sangrientos es, sin lugar a dudas, una de las grandes obras de la literatura de terror. Un compendio perfecto y macabro del horror en su máxima expresión. Clive Barker, a pesar de habernos brindado con otras muchas creaciones destacadas, jamás ha vuelto a pergeñar algo tan perfecto, algo que, de alguna manera, en manos de un lector, se acaba convirtiendo en un verdadero tratado del miedo. A Baker se le nota en cada relato que está emprendiendo un viaje, una indagación de sus miedos, y avanza y avanza sin detenerse, llevando hasta las últimas consecuencias sus planteamientos. Baker, como el mismo se ha autodenominado, es un “buscador de excesos”.

No cometeré aquí el desliz de contarles la trama de algunos de los relatos de Libros Sangrientos, simplemente dejaré que lean sus títulos:

-Los muertos tienen autopistas.
-El tren de la carne de medianoche.
-El geniecillo y Jack.
-El blues de la sangre de cerdo.
-En las colinas, las ciudades.
-Sexo, muerte y brillo de estrellas.
-Terror.
-Espectáculo infernal.
-Jacqueline Ess: su voluntad y su testamento.
-Las pieles de los padres.
-Nuevos asesinatos en la calle Morgue.
-Hijo del celuloide.
-Rex, el hombre lobo.
-Confesiones del sudario (de un pornógrafo).
-Víctimas propiciatorias.
-Restos humanos.

La calidad de los relatos es, de tan alta, mareante; nunca decae y cada uno de ellos conduce a un mundo más perturbador que el anterior. No lo duden, los Libros Sangrientos les están esperando. Luego ya habrá tiempo para quejarnos de los pocos autores de terror contemporáneos que llegan al mercado editorial español.

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Ah, si alguno de ustedes tiene un Ebook, aquí puede hacerse con la obra. Y si prefieren leer algo online antes de decidirse, diríjanse aquí.

miércoles, 9 de junio de 2010

La guerra interminable, de Joe Haldeman

Seamos honestos: puede que la Guerra sea una desgracia para la humanidad; los ejércitos, sistemas masivos de lobotomía y trepanación de individuos; la industria armamentística, un medio para mantener el status quo de poder y terror... y sin embargo la Guerra no deja de ser una materia prima excelente para pergeñar historias. Oro puro para novelistas, independientemente de la ideología que profesen. Ya se desvíen a la derecha o a la izquierda, si echamos la vista atrás, la literatura está llena de pequeñas obras maestras que deben su belleza y anómala perfección a las vicisitudes bélicas que directa o indirectamente su autor tuvo que sufrir.

Precisamente éste es el caso de Joe Haldeman, veterano de la guerra de Vietnam y autor de La Guerra Interminable, probablemente una de las novelas del género más aplaudidas y leídas. En contraposición clara y abierta a lo que se había escrito hasta ahora en la ci-fi, con Brigadas del Espacio, de Heinlein, como cima y paradigma del género; La Guerra Interminable se postula como un negativo de la apología belicista. Se trata de una novela profundamente antimlitarista.
Donde había heroísmo, Haldeman habla de suerte, donde había grandes batallas, Haldeman describe asépticos enfrentamientos militares en los que los antagonistas casi no tienen contacto directo; y donde había disciplina, Haldeman nos muestra sumisión y fatalismo.

La Guerra Interminable es la historia del soldado William Mandella, alistado a la fuerza en el ejército que se enfrentará a los Taurinos, la única especie inteligente con la que la humanidad ha topado en su expansión por el universo. Mandella forma parte de los primeros escuadrones que deben enfrentarse contra los Taurinos en el espacio, a finales del siglo XX.
Haldeman afronta así el reto de reflejar una guerra espacial de la forma más realista posible, una guerra en la que la teoría del tiempo relativo es un factor decisivo y determinante en la historia. Así, mientras un soldado está viajando durante diez meses por el espacio en busca de Taurinos a los que aniquilar, en la Tierra el transcurso temporal es mucho más acelerado, llegando a los 10 años o incluso más. De este modo, asistimos con fascinación a los permisos concedidos a los soldados supervivientes, cuyas visitas a la Tierra o cualquier otro planeta colonizado por el hombre son puros viajes en el tiempo. Viajes que atestiguan la evolución de la humanidad como una escalada de paranoia y control militar.

Haldeman pone el acento del sinsentido de la guerra cuando nos explica las casi inexistentes posibilidades de supervivencia de cualquier soldado alistado. Unas posibilidades que, paradójicamente, son incluso menores en la navegación interestelar o en los entrenamientos, que en las situaciones de verdadero combate. De esta manera, Mandella, un auténtico antihéroe atrapado por sus circunstancias, va escalando posiciones en el escalafón militar terrestre debido, básicamente, a que la suerte se ha impuesto a la muerte ridícula.

Por el contrario, uno de los elementos que más pueden chirriar al lector actual es el tratamiento de la sexualidad que Haldeman utiliza para reflejar el control al que es sometido la humanidad: la obligatoriedad de ser homosexual como instrumento de control de natalidad es, cuanto menos, una idea inocente, por no decir peregrina.

Cabe destacar que todas la versiones traducidas al castellano de La Guerra Interminable están incompletas, pues el primer borrador de Haldeman sufrió una serie de recortes. No sé muy bien si se trató de “sugerencias” del editor o, directamente, de censura, pero lo cierto es que la versión íntegra original sólo se puede encontrar editada en inglés. Este reseñista sólo ha leído la versión castellana, pero nuestro compañero Folken se hizo con la versión completa y nos comenta que, si bien el sentido de la obra no se ve alterado ni un ápice, las partes eliminadas sí que desarrollan con mayor detalle el régimen dictatorial que la humanidad impone y sufre a lo largo de los siglos.

Sin ser Haldeman un maestro de la pluma y el tirabuzón estilístico, la narración goza de pulso, fluidez y, sobre todo, autenticidad. La lectura es ágil y absorbente, y resulta del todo imposible no identificarse con Mandella, un hombre de sus tiempos, que acepta su insignificancia ante lo absurdo del universo.

En conclusión, un libro magnífico que trasciende las fronteras del género para convertirse en una obra profundamente ideológica y humanista. Una novela que yo suelo recomendar a aquellos que nunca han leído ciencia ficción y creen que ésta solo es una mezcolanza de navecicas, rayos láser y marcianicos verdes.