viernes, 27 de agosto de 2010

Cosas que los nietos deberían saber, de Mark Oliver Everett


(Viene de El cordero no se come)

Me llevé Cosas que los nietos deberían saber al avión que cogí para ver de nuevo a La Cabrona y, quizá, para despedirme de su padre, el doctor Beauvoir. Y digo despedirme porque no sabía si volvería a verle. La autobiografía del líder de Eels, Mark Oliver Everett, plagada de desastres familiares, parecía una lectura coherente en este contexto. Y resultó que, mucho más allá, ese libro y esa música me acompañaron por el brumoso norte de Francia, en los aeropuertos y en las crisis de ansiedad como si fueran una persona. Fueron una tabla que me mantuvo a flote cuando me flaqueraon las piernas a la puerta de la casa de la familia Beauvoir. Cuando me despertaba por quinta o sexta vez cada noche con dolor de cabeza en la habitación de invitados de La Cabrona. Cuando cruzamos todos los lugares donde lo pasé tan bien (y tan mal) y me dí cuenta de que estaba sufriendo el síndrome del Erasmus retornado, que vuelve al lugar sobre el que volcó tantas emociones y descubre que el lugar sigue ahí pero las emociones se han desvanecido, porque eran las suyas de entonces y ahora él es otro distinto del que fue. Aquel libro y aquella música convirtieron un viaje emocionalmente jodido pero necesario en unas pequeñas navidades del alma, iluminadas por las blinking lights del árbol de Mr. E en las alas del avión.

Pero el libro trata también de otras cosas. Nos cuenta de qué va esto de hacer música. Que lo importante no es la vida social que lleva consigo. Ni conocer a tus ídolos. Ni los premios y el reconocimiento. Ni el colorín de las galas y las fiestas en las que te codeas con gente importante. Ni ganarte el respeto de bandas que te miran por encima del hombro. Si el único premio a las incontables horas dedicadas a solas a componer y ensayar, a jugarte la vida en la carretera, a dormir poco y mal (y comer aún peor), al estrés de tener que subirte al tablao en cualquier circunstancia física o emocional, a los desajustes intestinales, a la pelea constante para aparecer en los medios, para que te paguen las actuaciones, para que colegas y periodistas te tomen en serio… fueran estas tonterías, sería un mísero pago. No, el verdadero premio a todo ese esfuerzo, nos dice el señor Everett, debe parecerse más a lo que sentí cuando terminó la proyección de Lucifer Rising a la que The Black Noise Ensemble pusimos banda sonora en directo y el público se levantó a aplaudir. Y, más aún, a lo que se siente cuando por fín consigues componer una puta canción.

Continúa en Espiral Pitorréica...

jueves, 26 de agosto de 2010

The Simulacra, de Phillip K Dick


The Simulacra es un compendio de despropósitos, una retahíla de historias y situaciones sin sentido que, no sabe uno bien cómo, acaban formando una masa coherente que podríamos llamar Novelón. Pero de los buenos. La única pega importante: es uno de esos libros en los que uno necesita leer un rato antes de saber lo que pasa, porque el desamparo al comenzar es comparable a despertarse desnudo dentro de un tonel en una base lunar de Europa o Titán.

La historia más que transcurrir va pasando en un mundo donde los Estados Unidos tienen un estado más: Alemania. Un lugar donde al jefe de estado y de gobierno se le elige para ser el marido ideal para la primera dama: una mujer que lleva varias décadas igual de joven y guapa, y de la que todos los gringos están perdidamente enamorados; un sitio donde las comunidades de vecinos de grandes edificios con cientos o miles de personas tienen poder sobre sus habitantes y se conforman en comunidades aisladas que compiten –entre otras cosas- en concursos de habilidades artísticas a lo America’s Got Talent; un mundo ficticio donde moscas mecánicas te persiguen y se cuelan en tu casa y tu coche para vociferarte promociones y anuncios varios, y no callan hasta ser totalmente destruidas; donde un judío que viaja en el tiempo dirige un grupo neonazi que quiere derribar al gobierno, quien también puede mandar y traer gente al y del pasado y futuro próximo; donde unos osos de peluche psíquicos intentan convencerte de que emigres a Marte y donde, como siempre en las historias de Phillip K Dick, nada es lo que parece.

En ese contexto Dick nos cuenta varias historias más o menos cruzadas y les da martillazos hasta que tienen sentido tanto juntas como por separado, a la vez que lo sazona todo con conciertos de jarras de licor, señores que se enrollan con la mujer de su hermano, la prohibición de la psicoterapia-no-química, un pianista telekinético que cree que su mal olor puede matar a quien le rodea incluso a través del teléfono, ejecutivos de una discográfica que le persiguen para grabar una ‘obra maestra’ con una ameba alienígena capaz de registrar sonidos al hidratarse, deficientes mentales que mutan en australopitecos, un psicoterapeuta con licencia especial para ejercer llamado ‘Egon Superb’ y sobre todo conspiraciones. Muchas conspiraciones.

Con esto creo que está todo dicho.