lunes, 26 de julio de 2010

Valor y, ¡Al Toro! De Ibáñez




En este tebeo, los casihéroes Mortadelo y Filemón se enfrentan a La Banda del Rata, que ha robado un microfilm con información importantísima del Centro de Investigaciones Agronáuticas del Cosmos. MyF intentarán detenerlos en el crucero de lujo Ille du Soria y encontrar el microfilm que han escondido en el barco, que para desagradable sorpresa de la pareja está en el cuerno de un toro bravo en la bodega. Por supuesto el animal se escapa, y a partir de ahí comienza la caza del bravo por tierra, mar y aire para conseguir el microfilm antes que los villanos.

El Toro, uno de los protagonistas

Hasta aquí parece una historia normal de Mortadelo y Filemón, ¿Qué tiene de especial? De las historias que yo conozca de Mortadelo y Filemón sólo 2 tienen una trama que no se interrumpe a lo largo de las 44 páginas del álbum: La magistral El Sulfato Atómico y Valor y… ¡Al toro! De hecho, a pesar de haber aparecido por primera vez en el semanal El Gran Pulgarcito, las referencias de página van de la 1 a la 44 sin interrupciones a diferencia de, por ejemplo, la inmediatamente posterior El Caso del Bacalao. Como decía Dibiase, esto lleva a que no encontremos
microhistorias en las que cada 5 páginas Mortadelo y Filemón acaban huyendo del Súper por el desierto del Gobi, como si fuesen capítulos autoconcluyentes.
Esto se ve no sólo en que la historia no se interrumpe para “ir a darle parte al Súper”. Por ejemplo, hacia el final de la historia Filemón pierde la chaqueta (sí, en esa época Filemón llevaba una chaqueta roja sobre su eterna camisa blanca) cuando es atropellado por un camión al quedarse la chaqueta enganchada en este. La chaqueta no vuelve a aparecer en todo el tebeo. Otro ejemplo: el clásico personaje con el que Mortadelo y Filemón no se relacionan directamente, pero que sufre las consecuencias de los actos de estos es el mismo durante toda la obra, en este caso, un camarero del navío que acaba creyendo que está esquizofrénico porque ve toros por doquier.
Este álbum fue escrito y dibujado cuando Ibáñez decidió / A Ibáñez le sugirieron desde la editorial que hiciese historias más parecidas a las que en aquel momento (finales de los 60, principios de los 70) se hacían en el mercado europeo, lo que afectó no sólo a la elección de la estructura narrativa, si no también al dibujo más cuidado y con más matices (o como el gran dibujante dijo en una entrevista, con más arruguitas en la ropa) Por eso al lector habitual de Mortadelo y Filemón se le puede hacer un poco extraño al principio el grafismo de los personajes, ya que aunque no sea aquel de los inicios en los que Mortadelo usaba bombín y tenía una morcilla por nariz de la que a veces colgaba hasta el hilillo, las caras parecen más demacradas, sobre todo la de Filemón. También hay que resaltar una cosa que al lector acostumbrado sobre todo al Mortadelo más moderno puede llamar la atención: Los decorados sacrifican una buena parte del mundo de irrealidad absoluta en los que están envueltos normalmente nuestros héroes, con abuelas con grifos de agua en vez de narices conduciendo monociclos y demás fauna extraña a cambio decorados más detallistas y con más elementos de relleno: Sacrifica parte de la fantasía por realidad.
Aunque por momentos la narración pierde fluidez, sobre todo cuando comienza la busca y captura del toro y El Rata en el Ille du Soria a cambio de un poco más de realismo (dentro de los límites del cómic, claro; las leyes de la física siguen siendo violadas sin contemplaciones), tiene sus momentos y acaba con una orgía de absurdos y astracanes que se pueden esperar de un tebeo de Mortadelo y Filemón.
A pesar de no ser sino la sombra de la genial y rompedora El Sulfato Atómico y de haber quedado más como obra menor que como un tebeo para ser recordado, qué más quisieran la mayoría de dibujantes de tebeos y novelas gráficas que tener la mitad de la imaginación que demuestra en este tebeo Francisco Ibáñez.

viernes, 23 de julio de 2010

Pobby y Dingan, de Ben Rice.



Tiempo ha que parte de la literatura infantil / prejuvenil tiene un público objetivo distinto del que tuvo antaño, que eran los infantes y prepúberes: Los profesores y padres progres. Estas historias ya no tienen por qué gustar a los chavales, tienen que gustar al adulto como medio adecuado para transmitirle al joven valores guais que ellos crean que deben tener sus vástagos biológicos o intelectuales. Deben ser transgresores pero en su justa medida, moderadamente rebeldes pero dentro de unos límites, pequeños soñadores con un gran mundo interior pero no por ello antisociales y un largo etcétera de sí-pero-con-matices.

Y en este contexto se escribió Pobby y Dingan.

El libro cuenta la historia de Ashmol, un chiquillo más o menos rebelde de un pueblo minero de Australia que tiene que aguantar cómo todo el pueblo trata como reales a los dos amigos invisibles (Pobby y Dingan) de la lunática de su hermana: algunos los saludan por la calle, la madre les pone dos platos en la mesa a la hora de la cena…
Pero un día los dos bichos desaparecen, a la vez que la cría se pone enferma. Así, Ashmol comienza la búsqueda de Pobby y Dingan, al principio con resignación y al final con desespero creyendo que esa será la única manera de salvar a su hermana enferma.

Hay que reconocer que el libro está bastante bien escrito –es una obra maestra de la literatura comparado con muchas de las lecturas recomendadas de colegios e institutos, y se puede leer del tirón sin problemas (a un escolar le costará más, supongo). Eso sí, si uno se ha leído El Guardián entre el Centeno le sonarán a caricatura o burda copia casi todos los soliloquios del protagonista, y si se conoce un poco el subgénero o simplemente al padre de todo este behemoth intelectual que son los hijos, nietos y biznietos (bastardos o no) de Un Puente hacia Therabithia, se puede uno imaginar como acaba todo.

viernes, 16 de julio de 2010

Pobre Cabrón, de Joe Matt

Dentro del heterogéneo mundo del cómic independiente norteamericano, el canadiense Joe Matt se ha ganado a pulso un puesto de honor gracias a su obra Peepshow, que retrata la vida del mayor cabrón, del tipo más egoísta, ruin, cínico, mezquino que jamás haya conocido: él mismo.
Efectivamente, Peepshow es una obra descarnadamente autobiográfica que recuerda, en cierto modo, a lo que ya hizo Harvey Pekar algunos años antes.

El volumen Pobre Cabrón, editado por La Cúpula, recoge los primeros seis números de Peepshow, en los que Joe Matt muestra su vida miserable como dibujante de cómics y su infructuosa búsqueda de una mujer ideal que, ciertamente, no existe más que en las páginas de las revistas porno que gusta de coleccionar.

Con un dibujo de trazo grueso, pero eficaz, las historias recopiladas en este volumen muestran a Matt como una persona realmente odiosa, tacaña y egocéntrica. Como buena obra autobiográfica, en Pobre Cabrón todo gira en torno al propio autor, que no se frena a la hora de retratar sus más ruines manías, su absurda obsesión coleccionista y sus constantes y estúpidas dudas existenciales.

Alrededor de Matt gira una cohorte de secundarios que sirven para poner la voz de la razón (o de la cruel verdad) dentro de la vida del protagonista; un contrapunto efectivo para mostrar que los límites del egoísmo de Matt no tienen límites.

Pero de tan patético, Joe Matt se convierte en cómplice del lector. Un lector que se ve retratado en más de una ocasión (y en más de dos, y de tres...) en las ruindades de este Pobre Cabrón. La única diferencia es que Joe Matt se atreve a airearlas en público. Así se dota de humanidad, se aleja del esperpento y se convierte en una pequeña voz de la conciencia del cabrón que todos llevamos dentro.

Una lectura fácil y entretenida, que proporciona más de una sonrisa de vergüenza y sirve para recordarnos que la mezquindad es tan propia de todos nosotros como las espinillas y el olor de pies.

jueves, 8 de julio de 2010

Ahora sabréis lo que es correr, de Dave Eggers

Ya hace calor y los edificios comienzan a derretirse, sus cornisas gotean por doquier, intentando mantener fresca la carne de su interior. La climatización me ayuda a crear chuscas metáforas, ya véis. :-)

Esta semana estoy llegando a la conclusión, casi la rozo con los dedos ya, de que sobran jóvenes escritores norteamericanos, que sobra literatura posmoderna de USA. Hay demasiados invitados a esa fiesta, me temo. Llevo engullidas unas 150 páginas de Ahora sabréis lo que es correr, firmado por Dave Eggers, y por Crom, no sé por qué no aprovecho ninguno de los muchísimos puntos y aparte que tiene la cosa esta para poner punto final al suplicio. Que hace calor y no estamos para guasas. Que mi miopía sigue en modo imperialista, invadiendo espacios ajenos al ocular. Entiéndase lo que se quiera.

En fin, al lío. Resulta que el bueno de Eggers es un joven y guapo escritor norteamericano, fundador de una superinfluyente revista online de tendencias (o tendenciosa, como prefieran) llamada McSweeney's. Además, Eggers procede de una familia de esas demócratas-de-toda-la-vida, un poco a la europea, que dicen ellos, los americanos de bien; una familia de esas que viven en Boston, que es la ciudad donde transcurría esa seria tan, eeh... rompedora, que fue Ally McBeal. Ahora sabréis lo que es correr es la primera novela de Eggers, que aprovecha para contarnos cómo un par de amigos norteamericanos muy eggerianos, claro, deciden dar la vuelta al mundo en siete días, pero sólo pasando por países probes para repartir entre los más necesitados un dinerico que se han encontrado por casualidades de la vida. El buenismo mal entendido.
Pero tal vez, me dije, tal vez este punto de partida tan condescendiente, tan miope con la realidad sólo es una excusa de Eggers para retratar ciertos comportamientos desnortados de, precisamente, aquellos que viven en el Norte. Pero no. El problema es que Eggers se cree lo que hacen sus personajes, comparte su pensamiento atrofiado y local, y ahí es donde la novela se convierte en un suplicio. Más que un libro parece una gala benéfica de Isabel Preysler.

Pero yo soy un tontaina consumado y no aprovecho ningún punto y aparte para dimitir de esta lectura. Tal vez por el calor que hace, tal vez porque esta novela es la cosa perfecta para leer en diagonal a lo bruto, sin concesiones; pero seguramente la razón principal es porque tengo el cerebro licuado. Porque si me dicen que esto lo ha escrito la mismísima Ally McBeal, yo me lo creo.

(Este post fue originalmente publicado en un blog que ya no existe)