lunes, 31 de mayo de 2010

Nocilla Dream, de Agustín Fernández Mallo


Entretenidillo. Sus capítulos tan cortos y ese rollo como de estar haciendo zapping lo hacen idóneo para trayectos cortos de autobús o para llevártelo al retrete si no tienes a mano un buen Mortadelo.

miércoles, 26 de mayo de 2010

Freedom Project, de Katsuhiro Otomo y Shuhei Morita


A mediados del siglo XXII la Humanidad se ha visto obligada a abandonar la Tierra, convertida en un erial radiactivo no apto para la vida, tras un desastre ecológico de magnitudes titánicas. Lo que queda de la raza humana ha conseguido exiliarse en la Luna y vive en seis gigantescos domos que albergan megalópolis de millones de habitantes; a la espera de que llegue el día en que la Tierra se recupere y puedan volver a ella.
Un siglo después del obligado exilio, en el año 2267, la Tierra solo es un recuerdo y una página en los libros de texto selenitas.

Takeru, Kazuma y Bismarck son tres adolescentes que viven en el mayor de los domos lunares, Eden City, y cuya pasión son las carreras de vehículos (una suerte de motocicletas modificadas) en El Tubo. Pero durante su participación en una carrera ilegal las cosas no les salen como deberían y son castigados a realizar trabajos comunitarios en la superficie lunar. Unos trabajos que les llevarán a descubrir un secreto que podría cambiar la hasta entonces idílica sociedad lunar.


Así comienza Freedom Project, el último proyecto de anime de Katsuhiro Otomo, el creador de hitos de la ciencia ficción como Akira o La leyenda de Madre Sarah. La gestación de esta miniserie de seis capítulos responde a una idea tan bella como imposible en cualquier otro sitio que no sea Japón: se trata de un encargo de Nissin Cup Noodles, una compañía de tallarines precocinados, para conmemorar su 35º aniversario. ¿Las condiciones? Completa libertad creativa y realizar product placement en cada uno de sus siete capítulos.

Sin embargo, y aunque muchos pueden considerar Freedom como un Otomo menor (cabe mencionar que la dirección de la serie corre a cargo de Shuhei Morita) debido a su naturaleza de encargo, la obra contiene todas y cada una de las señas de identidad del autor nipón: motocicletas ultra-avanzadas, tecnología punta, adolescentes sin familia y post-apocalipsis at its best.

Como Kaneda en Akira, Takeru, el protagonista de Freedom Project, es un muchacho aficionado a las carreras de motos sin familia conocida y siempre rodeado de sus amigos y compañeros de correrías. Sin embargo, a diferencia del primero, Takeru no es un joven delincuente inadaptado social, sino un adolescente en plena ebullición hormonal que haría cualquier cosa por estar cerca de la chica que le gusta. De este modo, y a pesar de contener más de un punto en común con la emblemática obra de Otomo, Freedom es mucho más luminosa y optimista, en la que el humor forma parte sustancial de su ADN; contrariamente a la oscura Akira.

El diseño de los personajes y el entorno es -como siempre que Otomo se pone manos a la obra- de un nivel excelente; muy por encima de lo que el anime nos tiene acostumbrados. En cuanto a la animación, sin ser la mejor que hemos visto en un producto que lleva la firma de Otomo, es mucho más que correcta, también a una sideral distancia de la media (Studio Ghibli aparte).

Freedom Project es, en definitiva, un producto nacido de una estrategia promocional pero hecho con mucho amor. Una especie de golem excepcional de naturaleza contradictoria, pero adorable, que merece su visionado.

Los vagabundos del Dharma, de Jack Kerouac


Lejos de saturar a nuestros queridos lectores, me parece acertado incluir esta crítica que llevo tiempo fraguando a la vera de la de nuestro amigo Vaderetrus. Mis impresiones también son favorables a esta obra y a este autor, por lo que considero la tupla cómo un homenaje a Kerouac.

Los vagabundos del Dharma es un libro sorprendente. Sorprende a todos los buscadores de modelos de vida, de filosofías, de recetas existenciales que nos ayuden a vivir con decencia, y si puede ser con brillantez. Sorprende por su heterodoxia y por su honestidad.

Es la única obra que ha caído en mis manos que muestre el budismo o cualquier otro camino oriental como algo salvaje, con cojones, bello, poderoso, sincero, sin mojigaterias y con mucho corazón.

El protagonista Ray Smith (el propio Kerouac) narra sus experiencias que orbitan entre el aislamiento y la relación fascinante con su amigo Japhy Ryder (el poeta Gary Snyder). Las partes de aislamiento (ya sea vagabundeando por ciudades, haciendo autostop o recluyéndose en la naturaleza) son apasionantes, pero a mi manera de entender son demasiado dolorosas, orgullosas y no muestran más que la cabezoneria de unos jovenes que, aunque de buen corazón, no pueden evitar sentirse mejor que los demás y que se laceran por soberbia.

Otra harina es el mundo maravilloso que crean Smith, Ryder y sus lunáticos zen. Si alguna vez ha existido el paraiso terrenal es éste, sin lugar a dudas. Vivir en cabañas en el monte con lo esencial, trabajar con el cuerpo, rendir culto a la comida, al vino, a la música, a la poesía, a la sensualidad... y a su vez meditar, profundizar en el corpus budista, conocerse cada día más empujando los límites. No he leído mayor y más bello canto a la vida.

Suena tan idílico que suena a secta, y así sería sino fuera porque están todos cómo una puta cabra. Y son conscientes de ello. Y dan bola a sus 'locuras' hasta niveles indecorosos. Su poesía es frenética, absurda, fea, insolente. Sus borracheras violentas, extremas, esquizofrénicas. Sus emociones oscuras son abismales, gigantescas. Es esto lo que humaniza la obra, y la libra de ser otra panfleto sobre el edén.

Como dicen muchos, al leer Los vagabundos del dharma te dan ganas de darle la espalda a nuestro mundo virtual, al confort que nos debilita, a las rutinas que asfixian nuestra libertad y nuestra creatividad. Vamos, que dan ganas de mandarlo todo a tomar por culo. Pero, afortunadamente para templar nuestras bravuconadas, también la obra te muestra que el suyo, es un camino para muy pocos, entre los que no me incluyo.

Un camino para aquellos que jamás se conformarán con la mediocridad.

lunes, 24 de mayo de 2010

On the road, de Jack Kerouac


Reseñar a estas alturas un clásico como este puede resultar un ejercicio de futilidad (no digamos un sesudo comentario de texto). Así que me voy a limitar a unas impresiones personales y a señalar algunos aspectos concretos.

Básicamente, creo que el mayor atractivo de On the road es enseñarnos cómo convertir a cualquier desarrapado que no tenga dónde caerse muerto en una estrella del rock. La obra de Kerouac (y en general el concepto mismo de aventura) convierte cualquier miserable vicisitud en un hecho especial, denso y hermoso, y revitalizó en el momento de su publicación la máxima latina del “carpe diem”. Es el mejor manual de autoayuda que se pueda comprar con dinero, facilitándonos una vía de escape de nuestros compromisos sociales a través de la lectura. Y para aquellos para los que leer no sea suficiente, es un ejemplo de que vivir intensamente es tan sólo una cuestión de echarle ganas.

Sus personajes principales, Sal Paradise y Dean Moriarty, son los alter ego del propio Kerouac y su compañero de correrías Neal Cassady, iconos desde entonces de la generación beatnik y pioneros psiconautas que marcarían el camino de toda una generación casi dos décadas después. Dean es la esencia de lo masculino y lo occidental, el último gran reducto de la voluntad indomable, sin freno ni mesura, que pasa por encima de los convencionalismos y las ataduras según sople el viento. Su colección de ex mujeres recurrentes y de hijos abandonados en el camino no deja de ser paradójicamente la consecuencia lógica de llevar al extremo ese valor tan norteamericano y tan presente en el relato que es la libertad. Sal también participa de este carácter fuertemente individualista y occidental, pero hay diferencias. En el primer viaje de Sal, en solitario, hay una voluntad de conocimiento y de integración, el viajero se fusiona con el entorno. Sal trabaja, vive y ama como un autóctono. Dean es un turista curioso y entusiasmado, pero turista, a la manera de un conquistador o un misionero, incapaz de sentir auténtica empatía ni con el medio ni con sus compañeros de viaje, a los que abandona a menudo, debido en gran parte a su incontinencia mental y a su voluptuosa personalidad. Dean no puede dejar de ser él para ser el otro, y así el final del último viaje se convierte en poco más que una orgía de universitarios de vacaciones en un prostíbulo, desvirtuando todo el trabajo anterior de conocimiento iniciático. Y ese es el gran valor metafórico de un final desencantado: El viajero humilde y abierto corre el riesgo de convertirse en un dominguero en cuanto tiene más pasta que la población local o un mendigo si tiene menos.

El comportamiento de los personajes también varía en relación a su sexo. Esta es una historia de hombres contada por hombres. A pesar de participar de muchas de las situaciones más salvajes del relato, las mujeres, salvo excepciones como la de Marylou, son los personajes juiciosos y morales que apartan a los viajeros de la carretera, que intentan sin éxito domar (y si lo consigue es por poco tiempo) la adicción de los protagonistas al vagabundeo y al desapego por lo material, o bien les ponen las maletas en la puerta al fallar en este empeño. El lugar común de la bronca por llegar a las tantas borracho después de una juerga con los amigotes está aquí lejos de ser un cliché para ser parte imprescindible de lo que Kerouac nos quiere contar.

Por otro lado los pasajes que describen las actuaciones de los músicos de jazz se han convertido en referente estilístico para críticos musicales de géneros que ni siquiera existían cuando la obra se publicó. No hay Rock&Roll propiamente dicho en On the road (a pesar de que el libro se ha convertido en referencia y paradigma de sus valores) pero su actitud y energía ya estaban ahí, en la visión de Kerouac sobre el Be-Bop. En un momento concreto, además, logra sintetizar la historia del jazz en un sólo párrafo.

Más que recomendable, un clásico de lectura necesaria.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Corona de Flores, de Javier Calvo

Javier Calvo está considerado como parte casi fundacional de esa entelequia llamada Generación Nocilla; una especie de grupo de jóvenes -es un decir- escritores españoles que se caracterizan por crear artefactos literarios así como muy fragmentados y muy del ahora, muy de la Era Internet, muy a lo Nuevo Paradigma Literario. Esta supuesta generación escribe sobre series de televisión, experimenta nuevas rutas narrativas (que casi siempre acaban en callejón sin salida), tiene la subtextualidad y la postmodernidad entre ceja y ceja y, de vez en cuando, echan mano del recurso neoliterario del cortar+pegar.

Con estos antecedentes, Calvo muestra una curiosa voluntad rupturista con su nueva novela Corona de Flores. Es ésta un puro folletín, que nos sumerge en una Barcelona decimonónica y gótica, casi steampunk, en la que la incipiente y salvaje industrialización cubre la cuidad con un oscuro dosel de partículas de roña y modernidad.

Encontramos en Corona de Flores la investigación enfermiza de los crímenes del Asesino de la Esperanza por parte de personajes sin un ápice de bondad: el enano y cruel inspector Semproni de Paula, que se ve obligado a sacar de la cárcel a un antiguo colaborador, el anatomista Menelaus Roca -más conocido como el Trasgo- para que le ayude a echar el guante al autor de los brutales crímenes que asolan la ciudad, al amparo de una polución naciente. El violento pasado de Roca, fotofóbico y agorafóbico, será clave para dar caza al escurridizo Asesino de la Esperanza.
Paralelamente a la investigación policial, somos testigos del descomunal éxito de un folletín por entregas escrito por el joven impresor Aniol Almarrosa, que tiene en vilo a toda Barcelona gracias una receta en la que caben los más descabellados ingredientes sicalípticos, obscenos y violentos. Un signo de los tiempos, una pérdida de la inocencia.

Desde el primer párrafo de la novela –calcado de Historia de dos ciudades, de Charles Dickens, cosa que el autor no oculta-, Calvo muestra una clara vocación ambiental en esta novela. Se nota una voluntad casi enfermiza de transmitir al lector el ambiente oscuro y decadente de aquella Barcelona olvidada que, en realidad, jamás haya existido. Las descripciones físicas y psicológicas se suceden sin cesar en los breves capítulos del artefacto, en un intento de exponer un mapa detallado de aquella ciudad y de la mente de los retorcidos personajes que la pueblan. Sin embargo tal acumulación de retratos coloca al lector al borde de una muerte por empacho en más de una ocasión. Afortunadamente, la brevedad de los capítulos –tal y como está mandado en los best-sellers- hace que el artefacto funcione con bastante precisión.

Corona de flores es una novela de crímenes, un novela negra y gótica que quiere rendir homenaje a los fundadores del género: Desde Conan Doyle hasta el propio Charles Dickens. Sin embargo, tal vez sea por la distancia temporal, mental y circunstancial, Javier Calvo se aproxima más a las novelas de un prócer del steampunk como es el norteamericano Tim Powers.

En resumen, Corona de flores merece un aplauso por ser un ejercicio de independencia alejado de lo-que-ahora-se-lleva, un islote azotado por un mar de nocilla y postpoesía, y una más que correcta intriga policial. Probablemente no pasará a la historia, pero tened por seguro que esa no es su intención.

Así sí, Javier.

sábado, 15 de mayo de 2010

Yo-Yo Girl Cop, de Kenta Fukasaku


Yo-yo Girl Cop es una película que podríamos calificar como poco de extraña. Basada en el cómic de finales de los 70 Sukeban Deka (La detective/infiltrada delincuente), cuenta la historia de una criminal adolescente que es repatriada desde Nueva York, y a la que tras una escena lisérgica con mendigos y un niño de por medio, obligan a colaborar con la policía nipona para investigar y desmantelar a un grupo de adolescentes parias-sociales que se dedica a poner bombas por Tokio, y que se coordina a través de la web Enola Gay. Para tamaña tarea, el supervisor tuerto y cojo de su caso le da como arma un yoyo, que la chica aprenderá a usar en el momento adecuado por ciencia infusa.
La película combina algo parecido al thriller, el drama de instituto y la acción asiática demencial. El punto fuerte de la película es el drama adolescente, que hace de algo más que de contexto. A diferencia de las historias estudiantiles a que nos han acostumbrado, esta película deja un mensaje rotundo: Los problemas en el instituto se arreglan, molonidad mediante, con una dosis adecuada de: tortazos a cámara rápida, miradas asesinas y candor con las introvertidas víctimas del matonismo. Nada de intentar llevarse bien con los acosadores, nada de ‘el futuro pondrá a cada uno en su sitio’ o ‘para que la jefa de animadoras se fije en mi debo ser guay’: Una hostia (molona) bien dada a tiempo lo arregla todo. También podemos intentar hallar otros mensajes cifrados como: ‘la genética es mentira’, ‘los gordos con gafas tienen propensión a llamar la atención en los momentos más inoportunos’, ‘los profesores japoneses consideran el matonismo escolar como habitual y tolerable’ o ‘en las investigaciones no hace falta encontrar al malo, él te encuentra a ti’.
A nivel cinematográfico la película no es de brillante factura como dirían en El País: Combina planos de pelea acelerados entre adolescentes, luchas con armas increíbles y explosiones falsas, y tomas eternas de chicas mirando al horizonte desde la terraza del instituto. La sensación general es bastante confusa. Resaltar que las escenas de matonismo causan bastante desasosiego a pesar de lo grotesco de los castigos por la impotencia que reflejan. Mención especial para la ídol protagonista, Aya Matsuura, que pasa de la imitación de grandes como Steven Seagal o Omar Epps a la mirada de loco de Los Feos También Mojan.
En resumen: una película bastante extraña. Para los amantes del cine cutre, las películas de instituto, el cine asiático deslavazado, fetichistas y admiradores de ídols o una mezcla de todo ello.

miércoles, 12 de mayo de 2010

La Vieja Guardia, de John Scalzi

John Scalzi es un celebridad en la blogosfera de habla inglesa. Desde su blog se dedica a comentar, con un muy yanki sentido del humor, los asuntos que más le llaman la atención: desde reseñas de los libros que lee hasta comentarios sobre el jardín de su vecino. Y así, como quien no quiere la cosa, Scalzi, que lleva escribiendo en la red desde 1998, se ha hecho con un nutrido grupo de lectores fieles.

Y por fin, en 2005, publicó su primera novela, Old Man’s War, cuyo título en España ha sido La Vieja Guardia. Se trata de pura ciencia ficción al mejor estilo Heinleiniano (de hecho el propio autor admite su inspiración), con todos los elementos que hacen de este subgénero un disfrute para algunos y una simpleza para otros: militarismo ligeramente derechón, personajes arquetípicos hasta el paroxismo, multitud de alienígenas de todo tipo, teorías científicas inverosímiles y, sobre todo, un ritmo endiablado y un constante crescendo de diversión y situaciones descabelladas.

Con un punto de partida excelente, La Vieja Guardia nos cuenta la historia de John Perry, un ciudadano que se enrola en las Fuerzas de Defensa Colonial para proteger los intereses de la Humanidad en el Universo. Un Universo que alberga a un sinfín de razas inteligentes inmersas en una guerra eterna por la colonización de planetas y por la explotación de los recursos naturales. El único problema para convertirse en un soldado de infantería razonablemente eficiente contra razas alienígenas monstruosas y tecnológicamente más avanzadas es que Perry tiene 75 años y está completamente achacoso, como todos los nuevos reclutas.

El quid de la cuestión es que estos viejos que van a ser enviados a una guerra en la que su muerte es casi segura (el canon de las Tropas del Espacio de Heinlein está bien presente a lo largo de toda la novela) aceptan alistarse con la esperanza de ser rejuvenecidos por las Fuerzas de Defensa Coloniales y, al menos, vivir sus últimos años de vida en un cuerpo joven y robusto, aunque sea en una cruenta guerra. Es este uno de los grandes aciertos de Scalzi, que retrata con humor la reacción de un grupo de septuagenarios que de repente se ven con las energías de un veinteañero especialmente enérgico.

Lo mejor que se puede decir del Scalzi escritor es que es un narrador eficiente y con un gran sentido del humor. La prosa de La Vieja Guardia es directa, clara y amena -como debe ser en un artefacto de estas características- y hace que la lectura sea gozosa y veloz. En definitiva, una novela que recupera las mejores características de la ciencia ficción más clásica y las relanza con fuerza renovadas. En fin, pura diversión, que no es moco de pavo.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Blankets, de Craig Thompson


Con un marcado carácter autobiográfico, Craig Thompson enfoca esta historia de amor adolescente desde una perspectiva poco metafórica, muy cotidiana, pero sin desvirtuar su misticismo y su magia inherentes con un acercamiento realista o psicológico. No hay interpretación o doble lectura, esta es una historia de amor pura y elevada, imbuída de un cierto sentido religioso. Pero no es un amor ñoño o romántico, sino que tiene los pies (y el trazo del lápiz) muy en la tierra.

(¡Spoiler!) A pesar de que el grueso del volumen se concentra en el periodo adolescente simbolizado en la relación con Raina, la historia se articula en torno a tres periodos. En primer lugar la infancia, empapada de una atmósfera opresiva y desesperanzadora, marcada por los abusos y el desvalimiento en un entorno familiar severo y tradicionalista cristiano, que sin embargo funciona a la perfección como metáfora (esta parte sí) del periodo mítico de conformación de la psicología y la historia humanas y en este caso de los personajes de Craig y su hermano menor. Aquí se asumen los roles y se adoptan las imágenes y creencias que darán sentido al resto de la historia. En segundo lugar la adolescencia, donde la inadaptación social del personaje tiene como consecuencia la entrega física y espiritual a una relación de amor inocente y mística, en una forma de comunión monoteísta, con la figura de Raina como objeto de adoración. La difícil convivencia del deseo adolescente con la religión culmina hacia el final de este bloque con la reconciliación de ambos principios motores. Sin embargo la metáfora visual de la despedida en el parking resume perfectamente la evolución de la trama y su siguiente y último estadio, la edad adulta, que corona el relato a través del abandono del hogar familiar, la pérdida de la inocencia y la llegada del escepticismo religioso y vital. Craig quema (literalmente) su pasado y asume de forma consciente las vivencias acumuladas como un proceso de aprendizaje para enfrentarse al mundo exterior, en el que el único elemento de referencia con el pasado es la renovación de la relación con su hermano, que pasa a ser un igual y no una responsabilidad.

Hay en esta obra un gran amor por la belleza de la obra de Dios, pese a reconocer que ésta se encuentra rodeada de dolor y vulgaridad. Es, paradójicamente, un canto a la vida y a su naturaleza efímera desde el desencanto y la asunción de la existencia del sufrimiento. Pero no es una oda grandilocuente, sino que está dibujada y contada de forma sencilla y humilde, desde las situaciones más terrenales. Y es ahí donde reside su grandeza. Pocas obras en este género nos hablan de cosas tan universales como la belleza, el amor, el miedo o el desencanto e incluso de conceptos religiosos tan complejos como la culpa, la compasión y el pecado desde lugares tan comunes como el chico-conoce-chica adolescente.