martes, 16 de febrero de 2010

El novio del mundo, de Felipe Benítez Reyes

El novio del mundo no es una novela fácil de definir, y por lo tanto esta no será una reseña al uso. Pido disculpas desde el principio si caigo en cursilerías y petulancias.

Un hombre se despierta en Melilla ataviado con un vestido de mujer y junto a una caja de gafas (de sol) graduadas. El hombre no tiene la menor idea de cómo diablos ha llegado hasta allí vestido de esa guisa, puesto que la noche anterior se había acostado en Amsterdam. Ese hombre se llama Walter Arias y es el protagonista de El novio del mundo, novela de Felipe Benítez Reyes publicada en 1998 por Tusquets. En estas circunstancias, Walter decide hacer memoria para intentar desentrañar los interrogantes que le han llevado hasta Melilla. Y cuando decimos que hace memoria, lo decimos en el más estricto sentido: Walter Arias empieza a contarnos la historia de su vida, desde su infancia en Colombia hasta su actual desubicación melillense. En efecto, El novio del mundo es la envidiable biografía de Walter Arias, cuya particular forma de enfrentarse al mundo le lleva a crear su propio código filosófico, walterismo, que esgrimirá para explicar la vida desde su particular y desvergonzado punto de vista.

Benítez Reyes nos presenta a Walter Arias como un compendio de los deseos masculinos, como un hombre rebelde e indomesticado, cuya única y gigantesca debilidad es no ser capaz de resistirse a los dictados de Príapo; catalizador de todas y cada una de sus acciones. Por este mismo motivo, el supervillano de la novela, el antagonista máximo del filósofo Walter Arias, no es sino el mismísimo Sigmund Freud. O más concretamente, la Teoría del Psicoanálisis. Según nuestro protagonista, Freud argumentaba que todos los problemas tienen que ver con una represión sexual en la infancia con el objetivo justificar sus propias frustraciones. Así, la vida de Walter es una manifestación constante en contra de tal teoría: no son las frustraciones las que mandan, sino Príapo, el psicópata, como él lo llama.
La manera de razonar de Arias y sus principios filosóficos son uno de los puntales sobre los que sostiene esta novela de ideas, en la que Benítez Reyes introduce muchas parodias sobre la propia Filosofía.

En otras palabras, El novio del mundo es un manual de instrucciones imaginario de cómo follarse al planeta, de cómo exprimirle el jugo a la vida a costa de la misma, de cómo reírse de la desgracia y de cómo funciona el deseo (Príapo, el psicópata) masculino en busca del amor instantáneo y puro (llámenlo como lo llamen, yo digo que es amor). En este sentido es un libro puramente masculino, que glosa un compendio de verdades que a menudo los hombres nos vemos empujados a reprimir en pos de un mínimo equilibrio vital. Es el retrato de la vida soñada, pero imposible, sólo soportable si eres Walter Arias.

No quiero decir con esto que la novela sólo pueda ser disfrutada por los hombres, en absoluto, pero creo que ciertas reflexiones walteristas sólo pueden ser comprendidos en su totalidad si el que las lee es un hombre.

El estilo narrativo de Benítez Reyes sorprende por su amena complejidad; incisiva y extremadamente irónica. Novela construida a base de frases largas y constantes digresiones, la historia fluye de forma casi natural. La lectura es una gozada y no se hace pesada en ningún momento. También se nota la mano de poeta de Benítez Reyes, que fue Premio Nacional de Poesía en 1996. Sin embargo, yo soy de los que opinan que el autor gaditano es mejor novelista que poeta.

El novio del mundo es, además, la novela que más me ha cautivado en los últimos cinco años y una de las que más me ha hecho reír. No cabe resistirse a sus encantos, es una de las mejores novelas en español de los últimos años.

Por último, no puedo evitar dejarles aquí algunas sentencias de la filosofía Walterista contenida en la novela, que recomiendo como si fuese agua de mayo para cerebros sedientos:

"En fin, para la buena marcha del mundo (disculpen la digresión, pero es que está en juego nada menos que el mundo), las teorías de la relatividad y de la división traumática de los cromosomas, por ejemplo, resultan menos decisivas que la teoría sexual que tengamos cada uno de nosotros -nosotros, ese ejército de erotómanos individualistas que ululamos en mitad de la noche con distinto timbre y por distintas razones y estímulos-. No te quepa duda: si no dispones de una sólida teoría sexual, apenas serás un excursionista domingueros en el bosque de las tinieblas carnales, uno de esos seres que se conforman con pamplinas filosóficas y que proclaman con un tímido encogimiento de hombros cosas como: "A mí, bueno, no sé, me gustan las rubias", "El matrimonio tiene sus ventajas y sus inconvenientes" o "El amor es más importante que el sexo". (Horribles, ¿no?, como apotegmas.) El dueño de una verdadera teoría sexual es el que puede decir, sin que le tiemble la voz, que no permite que las afroditas pandémicas se quiten los zapatos de tacón en la cama así que llamen al FBI; el que puede decir que no tolera que las afroditas uranias, cuando ya han perdido su aura de hadas insaciables de la noche, se queden a desayunar y a llenarte la bañera de pelos (y el horror, sobre todo, de ver esos sinuosos seres nocturnos a la luz del día: pálidos, crudos); el que puede decir que no está dispuesto a tolerar que una afrodita lunática, por el simple hecho de tener unas glándulas mamarias del tamaño de dos zeppelines, te haga pagar más de una cena como requisito para hacerte compañía en el festín antropofágico. En eso consiste el hecho de tener una teoría sexual; en hacer un arte de tus manías y en obligar a la maniática realidad a someterse a las leyes maníacas de tu arte. -A la realidad y a quien se le ocurra andar por allí sobre dos tacones de aguja".


"Los tipos que te intentan joder seriamente la vida contituyen un 10% de la población mundial, punto más o punto menos. Ese porcentaje engloba al dictador sanguinario que ya de niño electrocutaba ranas y ratones, al heroinómano que te asalta en el Callejón de las Incertidumbres, sosteniendo con hechuras de aprendiz de esgrima una jeringuilla infectada de virus sujetos a mutaciones; al vecino que necesita relajarse espiritualmente a las tres de la madrugada oyendo a toda mecha a algún divo de la música country, al niño que te señala con dedo acusatorio cuando fumas, furtivo, en un vagón de no fumadores y que de mayor se hará confidente de la pasma a cambio de un café o de un poco de heroína. Ese 10% engloba a la antigua novia que te llama por teléfono para informarte de que con su nuevo hombre de neardental ha descubierto el verdadero amor: el lado loco y caníbal del sexo que tú no supiste revelarle. Ese porcentaje acoge al camarero que te mira con desprecio de ruso blanco cuando se te cae la copa en el restaurante de las langostas mitológicas y de los vinos visigóticos... En un 10% cabe mucha gente".

2 comentarios:

  1. Un libro divertido, sí señor. Imaginación, desvarío, extravagancia y polladas varias por doquier. Eso sí, debo reconocer que por momentos sufrí de empacho de teorías rimbombantes. Y una opinión muy personal, cuestión de estilo (¡qué atrevimiento!): tengo reacciones alérgicas ante una cuestión concreta: el exceso de adjetivos. No sé, lo leí hace un par de años y no me acuerdo demasiado bien, pero bueno, me queda esa sensación. La puritita verdad es que me cansa, sí, me irrita eso de leer siempre un adjetivo al lado del sustantivo, como si no pudiera vivir sin él. Siempre, qué picor. Acabo incómodo, buscando adjetivos inconscientemente en la línea de abajo para saltármelos antes de llegar al lugar del crimen. Xe, no es necesario! Y con este libro me pasó. En fin, qué mal estoy. Quién no tiene una teoría absurda...

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  2. Gracias por tu comentario Álex. Lo cierto es que sí, el estilo de Benítez Reyes es alambicado hasta el infinito (y más allá). Pero creo que en eso reside parte de su encanto.
    El personaje de Walter Arias es un cínico genético que construye un lenguaje lo suficientemente florido como para apoyar su libertina visión de la vida en palabras y expresiones tan mareantes que puedan ser dadas por buenas. Son su escudo, vamos.

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